CAPÍTULO III
UN AMIGO EN SU CAMINO.
Puerto “Raúl Marín Balmaceda”-“Puerto
Aysén”.
Entrar en la
mañana a la zona de las butacas es un acto de suprema valentía. El aroma a
conjunto humano y a destellos intestinales hace que trate de lavarme por partes
en el baño, pero ahí conmigo hay un ejército de seres humanos en las más
diversas tareas y donde terminas lavándote sólo la cara. Así a manotazos, como obligando a tu cuerpo- en este caso a mi cara- que huela a limpio. No es suficiente.
Salgo medio derrotado por esa conciencia india que todos tenemos de la
insuperable limpieza del cuerpo. Vuelvo a la carpa y Lucho me indica el dato:
En el salón VIP del barco (que lo tiene, aunque no se crea), hay duchas
calientes y mi compañero lo acredita porque viene toallita en mano y luciendo
su frescura y lozanía de "macho patagón" a toda prueba. Así que agarro mi toalla,
cepillo de dientes e ingreso como espía en la zona prohibida. Mando un “buen
día” a la teleaudiencia reinante en el espacio selecto e ingreso a un baño
cuasi privado, casi de hotel donde largo el agua y por fin sale caliente y allí
me ahogo y largo mis mejores cantos en “sol mayor” y adoro este barco chino que
es como mi casa. El agua está a temperatura como para pelar pollos en la cazuela de campo, pero no me desagrada en lo absoluto. Me despiertan de la gran velada, un golpe en la puerta con
apuro- quizás intestinal- a lo que se le responde con el macho “está ocupado”. Qué se habrán
creído, caramba!. Nadie me quitará la ducha ni el placer de un spa en medio de los fiordos del sur.
Ya de vuelta y
radiante, y engullido un pan de desayuno, la gente se apresta a mediodía a
llegar a “Puerto Cisnes”. Un buen número de parroquianos llegarán hasta acá.
Aún hay verdura tirada sobre el piso del barco producto de la juerga mercantil
de la madrugada y yo estiro mi manito chilensis para hurtar un gajo de uva que
resulta más sabroso que todas las uvas que he masticado en mis cuarenta años. No creo engañar a nadie. Fue sólo un gajito. Me acuerdo de mi vieja y las enseñanzas infantiles de la fruta lavada y el tifus que tuve como a los 5 años y que me dejaron un cumpleaños en cama, pero es harina de otro costal. Esta vez la fruta no se lava.
En la recta
final para llegar a Cisnes, se divisa el ventisquero del Quéulat desde el lado
contrario en un espectáculo que hace que todos los pasajeros saquen sus
máquinas y celulares y traten de capturar de manera agónica, sin más
posibilidad que el minúsculo zoom de la tecnología, las pinceladas de la
belleza más pura, esa que se nos ha ido entre los dedos y tenemos que recorrer
cientos de kilómetros para volver a dominarla en medio de los recuerdos de un
continente que lo tenía todo y que lo hemos ido degenerando como un mal chicle
sin sabor.
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Puerto Cisnes |
Puerto Cisnes
está ahí. Nuestro colega y amigo de la Honda Twister baja acá, así como mucha
gente. Es pasado mediodía y llevamos 21 horas dentro del barco. No he
descendido ni un solo minuto y la mega estructura ya casi me parece normal,
como refugio. En Puerto Cisnes la conexión de internet mejora y parece ser un
lugar más habitado de los restantes que hemos visitado. Íntimamente recuerdo
que mi amigo, el magistrado y novelista Juan Mihovilovich se ha venido a
radicar a esta poblado como Juez de Letras, para poder escribir en paz y mirando el
entorno, lo entiendo. Me genera
cosquillas esa posibilidad mágica de bajar y decirle a la tripulación que
detenga el barco mientras voy en busca de Juanito Mihovilovich para conversar
un café (aprovechando que me encuentro bañado). Despierto. Levantan el puente y
unos muchachos siguen pescando en la orilla, mientras el Quéulat se aleja y nos
volvemos a meter en los fiordos. Quedan ocho horas más para llegar a “Puerto
Chacabuco”, lo que, en un análisis muy posterior, bajando el almuerzo que por
primera vez compraremos en la cafetería del barco y que resulta ser muy
suculento, resulta agotador e innecesario. Son ocho horas que podríamos hacer
por tierra, pero ya estamos acá y en realidad, por tierra ya lo hemos realizado
un par de veces en años anteriores, aunque, con el nivel de “progreso” de la
Austral norte, uno nunca sabe si eso ya estará pavimentado o no.
Por la tarde y
a eso de las 15.00, en medio de los fiordos que ya se hacen parte del paisaje
esencial al ojo de los motociclistas embarcados, recalamos en “Puerto Gaviota”.
Una pequeña caleta sin calles donde el elemento de transporte es la lancha
entre los vecinos y donde prosigue el tráfico de mercaderías y frutas, como ya
lo habíamos visto en la madrugada.
Nos queda la
última estación y es acá donde bajan casi todos a eso de las 18.00 hrs. “Puerto
Aguirre” está ahí, como un bello pueblo, con calles y una hermosa costanera. Así como baja una enorme
cantidad de chilenos anónimos, vuelven a abordar una serie de personajes con
sus maletas y que efectivamente le dan el verdadero uso a este medio, esto es,
el de conectar, el de ser el Transantiago patagón- pero que- con sus bemoles-
funciona.
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Puerto Aguirre. |
A estas horas
del cuento, ya estoy como león enjaulado. Soy amigo de casi toda la tripulación
y uno de ellos me ha conseguido papel higiénico para las respectivas tareas
biológicas. Me ofrece un cigarrillo, uno de ellos y ríe al ver que no fumo. Me
cuenta que, en las noches de invierno, el pucho es el mejor compañero. Me
cuenta de los extenuantes turnos. Cada 27 o 28 días de embarque, hay 10 en
casa. Que la tripulación es de todas partes de Chile. Que los tratan bien. Que
el “rancho” es bueno. Que tienen buenos baños. Que su pega no la cambia por
nada del mundo. Que ha sido un agrado conocernos. La gente de mar como que en
cada nudo que aprende a hacer, en cada ancla que tira al océano, va fundando su
compañerismo. En este rincón de los rincones del mundo, no se puede solo, la
palabra soledad se deja en alta mar, para abrir paso al camarada.
Comienza a
llover. Cae la noche y el arribo a Puerto Chacabuco lo anuncian para las 21.30 o
las 22.00. Quedan muy pocos autos y ha llegado el momento de vestirse, guardar
las carpas, y sentir esa lluvia en la cara, antes de volver a tomar el casco,
ese bendito objeto con el que me siento más seguro que con cualquier cosa, sin
una explicación lógica. Serán los años y la cantidad de cascos que han pintado
mi cabeza que no me imagino ni un metro sin él.
Cerca de las
21.45, arribamos a “Puerto Chacabuco”, con viento, lluvia y todos los pasajeros
fuera. Somos los últimos en salir. Las motos permanecen amarradas como si no
quisieran despegarse del gigante de metal. La tripulación se resiste a
desamarrar a las chicas que no han estallado en sus cámaras de combustión, sino
para activar de mejor el compresor para inflar los cochones la noche anterior.
Ahí estamos.
Intercomunicadores en “on” y salimos del barco en una despedida con el pulgar
en alto frente a la tripulación, frente a esta armatoste que fue nuestro
refugio, nuestra tabla flotando en la inmensidad de un océano duro como el
diamante feroz de un continente que se negó a desaparecer antes. Me emociono,
porque cuando han sido tantos viajes alrededor de Sudamérica en motocicleta,
acá se respira una soledad de patria y mujeres y chiquillos, que no se compara
con otras vueltas por el mundo. Sigue este viento que es de mierda, pero que ya
es mi amigo.
No alcanzamos
a andar cincuenta metros y debemos registrar nuestra salida en Aduanas. Nos dan
el dato del tour a la “Laguna San Rafael”, que lo organiza el Hotel de “puerto
Chacabuco” a precio de gringo y para gringos, por lo que se nos escapa del “diezmo”
que traemos para este viaje. Nos quedará pendiente o será un regalo que le haré
a mi mujer en el futuro cercano.
Cuando vuelvo
a subir a la motocicleta, dos cuadras sin asfaltar nos traen de inmediato a la
realidad en medio de la oscuridad que estamos en la Patagonia. Dos cuadras con
cráteres alienígenas donde la moto brinca con su peso y saluda al sur del mundo
otra vez. Atrás quedarán las olas y la batea del Pacífico. Ahora o da tiempo ni
para filmar ni para fotografías. Es el
primer homenaje del off road con los que Puerto Chacabuco nos abofetea y nos
indica que el destino es Puerto Aysén, donde a estas horas de la noche debemos
encontrar un liugar para alojar en un lunes donde otra vez llueve y más encima
llueve helado. Siento pedazos de roca que caen en el caso y no es otra cosa que
granizo. Ruta nocturna, por enésima vez para llegar a destino. 17 kilómetros en
medio de la “boca del lobo”, granizando y sin lugar de alojamiento conocido en
un lunes sin arte ni parte. El Gps manda sin que le reclamemos nada. El relajo
de las iniciales conversaciones sobre este viaje se ha largado muy lejos, como
si siempre tuviere que llover y todo ser tan, pero tan oscuro. Es que a veces
pedimos un poquito más de luz, pero nos cuadramos con la idea que toda la Patagonia
ha sido construida, elevada y rescatada en medio del olvido de una autoridad en
las tinieblas, de un país cuyo eco del norte, viene apenas.
Siempre nos
hemos preguntado con Lucho, en esas horas que matamos en un semáforo, por qué
crestas siempre tenemos que llegar en la noche a todos lados, en medio de la penumbra,
cuando todos los pestillos han sido cerrados por dentro. Debieran empezar al
revés las horas del reloj.
El Gps me dice
que falta un kilómetro para Puerto Aysén, lugar donde nunca antes hemos estado.
El camino, no obstante ser asfaltado, con el granizo y la lluvia se ha puesto
medio jabonoso por lo que lo besamos con cariño. A las 22.30 hacemos entrada
triunfal en Puerto Aysén o lo más cercano al lejano Oeste. Es lunes 15 de
Febrero, en el corazón del verano, pero acá las coordenadas del descanso y la
diversión son otras. Nos dan en un almacén (otra vez el almacén salvador) un
dato de cabañas y hostales. Vamos a las primeras y- a pesar del griterío que
armamos en las afueras-de una especie de hostal, a las faltando para las 23.00
horas, nadie nos abre. Montescu, ingenuamente en la casa del lado pregunta si
nos pueden alojar, lo que nos genera una risa en el intercomunicador. El
portazo se escucha hasta a Arica.
Decidimos
cruzar a cargar un poco de bencina a una Copec que está a escasos metros y
donde nos derretimos en preguntas sobre alojamiento, sabiendo que a esas horas
de la noche la posibilidades son escasas. Estamos en eso, cuando se nos detiene
una patrulla de Carabineros, balizas al cielo, a un costado nuestro. Pienso
para mis adentros en si veníamos rápido, si hemos sido violentos o hemos tirado
muchas chuchadas al viento. Puede ser que hayan llamado a los funcionarios
policiales desde el hostal donde no nos abrieron y donde teníamos un griterío
guachaca, pero sería mucho. Veo bajarse a uno de los chicos de “verde” y me
pongo con la guardia arriba preparando todo el abogado que somos y el respeto a
nuestros derechos constitucionales y que soy profesor en la Universidad y que
no me toquen; y que se las verán conmigo; y quedo helado: -De dónde vienen
muchachos?- De lejos- le respondo. De Talca y la luz de mierda verde del carro
policial me golpea los ojos. –“Bueno, anden con cuidado, el camino es
complicado acá en el sur”-“La verdad- le digo- es que no encontramos dónde
alojar”. “Cuál es el problema?”- dice el funcionario- si no encuentran en la
calle principal donde “la Marcela”, nosotros golpeamos y le encontramos donde
alojar”- Repite el cabo ante el silencio sepulcral de ambos. Estamos mudos, por
dentro y por fuera. Sólo se escucha la respiración por el intercomunicador. Me
están tomando el pelo o es en serio?. La
policía al servicio de dos motociclistas en medio de la noche más nocturna de
la noches un lunes en medio de la Patagonia chilensis?. – “Ya saben. Estaremos patrullando por la
avenida principal. Si no encuentran nada. Nosotros los llevamos a cualquier
lugar para que duerman. Nos buscan y los llevamos”-Continuó despidiéndose el
funcionario en medio de la lluvia, de su satánica luz verde y su sonrisa de hombre
bueno debajo de un uniforme que tanta distancia nos genera. Tiramos una risa
nerviosa, casi tonta, sin saber en realidad el por qué nos estamos riendo. Por
primera vez en mucho tiempo creo en “el amigo en su camino”. Y es que tal vez
en este rincón del mundo se suavizan los odios, se acercan las voluntades y se
respira al ser humano cerca de una fogata, en medio de un guitarreo cósmico, en
el devenir de un mate bien caliente que sube y baja por la bombilla y que si se
tapa, vuelve a sacar una sonrisa.
Nos
vamos al centro- Que no es más que una calle- y vamos barriendo el lugar,
letrero por letrero, casi puerta por puerta, hasta encontrar un lugar que dice
“hospedaje”. Nos sale a abrir, a pesar de la hora, una voluminosa mujer con
acento claramente argentino quien nos dice que le quedan piezas disponibles, por
lo que se escucha en el casco un “Buena, huevón”. Y mientras saco las amarras
pienso en el barco y en el mar y en la tripulación, y en esta lluvia que no se despega y en la
cocina del hostal desde donde sale buen olor. Y preguntamos por comida y nos
preparan algo. La argentina oriunda de Comodoro, se esfuerza con su amabilidad
tradicional, sin embargo no es lo mejor, pero las motos ya están guardadas y
devoro un hueso con algo de carne y un camino de arroz que rescató la noche
feroz. Y como pan con ají para hombres y me zambullo en una cerveza y con
Montescu hacemos grandes pausas y pensamos en el día de mañana y le digo que
mañana es mañana y que hoy quiero dormir y darme una ducha. Al menos sólo se escucha la lluvia afuera, la
lluvia de siempre, la que nos lleva de la mano a todos lados; y por la ventana,
entre medio de un par de araucarias veo pasar esa luz de mierda, verde
estroboscópica, que me encandila, que siempre detesto, pero que por primera vez
me señala que acá, en Puerto Aysén, tenemos un amigo en su camino.
que buen relato, no olvidar que las mujeres cambian las "o" por comas, por lo tanto esta oración será diferente: "Nos quedará pendiente o será un regalo que le haré a mi mujer en el futuro cercano"
ResponderEliminarjajajajajaj!. Por ahí va la cosa!
ResponderEliminarjajajaja, que buen relato, a veces uno se equivoca con los carabineros, debajo de ese verde uniforme hay un padre, un hijo, hasta un motoquero, seguimos a la espera de nuevas histerias , perdón historias
ResponderEliminarAhí vamos. Sólo paciencia. Vienen capítulos interesantes e irrepetibles.
ResponderEliminarA seguir rodando entonces ...espero más de sus aventuras sobre 2 ruedas !!
ResponderEliminarAllá vamos. Tengan paciencia. Un abrazo.
Eliminaruy buen relato, Santiago, feliciaciones
ResponderEliminarGracias. No te pierdas.
EliminarCon cada relato viajo por esos parajes, gracias totales.
ResponderEliminarNo se pierda!, quedan muchos capítulos
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