CAPÍTULO I
Talca- Ancud, con aires de barco y navegación.
Cuando nos
propusimos el viaje de este año, inevitablemente se nos vino otra vez el sur a
la mente. Otra vez la Patagonia, pero con una clara diferencia: Gozarla.
Disfrutar aquellos rincones que siempre, por bien o mal, hemos pasado como una
flecha, como un gran torpedo sobre La Austral, concentrados en un camino que si
le pierdes los ojos y la concentración amatoria de las manos te lleva al piso,
a esa tierra sagrada que escupe la virginidad.
El 2015 había sido un año duro. Otra vez me
había tirado al quirófano con el mal de los males: Los aires de un infeliz
cáncer que- para mi propia fortuna- logramos olvidar y extirpar. Así que no
había otro plan que disfrutar, que no exigirnos en demasía- producto de las
propias cirugías consulares- sino que mover las ruedas a las mejores
fotografías del año.
Lucho,
prestó su abierto consentimiento a volver por tercera vez a la Patagonia
chilena y argentina, fijándonos como destino, en un principio, la Tierra del
Fuego, no antes sin disfrutar algunas de las bellezas, lagos y glaciares de la
Austral. Queríamos fuere puro relajo, sin embargo, la voltereta de la aventura
nos llevará a que sea, puro sacrificio, transpiración e inspiración para sortear
los problemas de toda la marcha de la aventura en dos ruedas.
Todo
comienza, entonces, el Sábado 12 de Febrero, muy temprano.
Por
primera vez mi mujer, con su paciencia de un río de hierro iracundo, soporta y
tolera que el 14 de Febrero, la fecha comercial del amor, su marido- piloto, no
esté en casa.
Me
despido con ese “voy y vuelvo” que hace casi 10 años marca un pequeño quiebre,
un pequeño instante de incerteza en el umbral de mis cuarenta años y de ver a
los muchachos- mis hijos- durmiendo cuando el “pez inquieto” que llevo en mi
alma, toma otra vez las banderas y se monta sobre las dos ruedas. Sé
íntimamente que hay riesgos, sin embargo, mucho más riesgoso sería quedar con
la mano empuñando el aire de saber que pude hacer del viento mi bandera y cerrar
el circo por dentro.
Entonces
activamos el contacto de Margot y el motor bóxer otra vez vuelve de las
profundidades, sonriendo en medio de sus aceites nuevos, sus neumáticos nuevos,
su plumaje de viajera que tantas aventuras y derrotas ha caminado conmigo. Ruge
y acepta la travesía total, sin quejas, sin morir antes de partir.
El
primer día nos debe llevar directamente a la Isla de Chiloé, a Ancud. Mi
querido Lucho Montescu, ya tiene los pasajes que nos llevarán en barco desde
Quellón- en la isla-hasta Puerto Chacabuco, en un viaje que está planificado en
32 horas. Tenemos tickets para nosotros, porque, según la logística, las motos
pagan directamente allá, al momento de embarcar. Los tickets tiene fecha del Domingo 14.
A
las 09.00 horas de ese Sábado salgo desde Talca con rumbo sur y media hora más
tarde recojo a Lucho que ya se encuentra en la carretera, afuera de Linares,
casco en mano y radiante traje nuevo que estrenará en este viaje de “relajo”.
No
nos demoramos, aún con un calor creciente en llegar y almorzar en Collipulli en
nuestro querido “Paleta”. Me hago de un pescado frito con ensalada y Lucho la
respectiva “carne” a la olla, que amamantará tantas horas que no imaginamos ni
en ningún libro “aguafiesta” que hubiéramos leído la noche anterior.
Con
la certeza que estamos en el buen camino y con ritmo de siesta, pasa la tarde y
ya estamos cerca de Osorno y en breve se nos vienen los Carteles de Puerto
Montt. Gracias a los “intercomunicadores” el viaje se ha hecho breve, pero
empezarán- con la misma brevedad- las peripecias de este viaje.
Quedamos
en volver a cargar combustible cerca de Puerto Montt, sin embargo, no hay
estación de servicio disponible, por lo que hay que cargar el bidón salvador,
cruzar arriesgadamente la carretera a pie, y llegar a la Copec que está con
dirección Sur-Norte. Lucho no le queda autonomía en su BMW 1150 y esos milagrosos 5
litros nos deben alcanzar para llegar a Chiloé. Yo aprovecho de que mi
organismo se nivele con sus ansiadas necesidades biológicas y seguimos camino.
Al
llegar al peaje que nos lleva a Chiloé la respuesta es clara: hay combustible
en el camino. Sin embargo, vencidos los primeros 25 kilómetros, no aparece nada
de nada y Montescu viene estirando sus 5 litros de manera miserable. Decidimos,
en consecuencia, entrar a Calbuco, 25 kilómetros al interior y ya se nos acaba
la luz. Nos metemos un par de cafés en la estación de servicio y el cielo nos
avisa de inmediato que el sur de Chile está al alcance de nuestra mano con
nubes que se van cerrando y meditan sobre la necesidad de la lluvia sobre nosotros. Calbuco es pequeño, como un hueso perdido de Puerto Montt. Se respira campo y los lugareños nos miran como los marcianos que una tarde sin sentido llegan preguntando con hambre por la única estación de servicio del lugar. Después de tantos años, la famosa panne del combustible pareciera que nos quería visitar, haciéndonos más tontos. Lo evitamos de manera digna.
Al
llegar al peaje, un poco más de allá de Calbuco, y al caerse al suelo mi
preciada moneda de 100 pesos, intento recogerla, pero mi juventud que ya no es
tal, me traiciona. nos vamos con moto y todo al suelo. Todo por benditos cien
pesos. La vergüenza nos hace levantar la motocicleta de inmediato. La vergüenza
siempre te hace sacar fuerzas del submundo.
Llegamos
a Pargua, el embarcadero para cruzar el Canal de Chacao, ya sobre las 21,30
horas, con nubes cargadas, y una oscuridad satánica. Las motos ingresan en su
primer transbordador de muchos que tendrán en este viaje. Diviso turistas de
varias nacionalidades arriba de la embarcación, bicicletas a granel y un cielo
cerrado que nos avisa que estos días en La Patagonia vendrán cargados de
aguacero (a pesar que el informe del tiempo- como siempre- habla sólo de meros
chubascos!!!!). La sensación siempre es distinta arriba de las navieras. Hay un
aire de conquistar el mundo por varios segundos. Como que en el mar no
pertenecemos a nadie más que al mar y el mundo deja de ser mundo y la libertad
se multiplica, aun cuando estas motos estén amarradas y enjauladas como en un
circo pobre. Siento que floto en medio de la no dominación y eso te hace
sonreír, como estúpido, pero sonreír al fin.
Después de expresos
30 minutos llegamos a la Isla, en medio de la noche, siguiendo sólo el gps.
Tras breves 18 kilómetros o menos y ante
la sorpresa del excelente asfalto llegamos a Ancud, en medio de la bruma y los
“chubascos”. Y comienza lo de siempre: El Alojamiento.
Siempre van en
nuestras motos las carpas de rigor, pero esta noche quiero dormir en una camita
saludable. Ciertamente que el clima no nos invita a armar carpa alguna, ya que
se ha puesto a llover.
Montescu,
pregunta en un almacén cercano sobre posibilidades de hostales y nos dan un
pequeño dato. Al instante llega un muchacho que nos indica que tiene “cabañas
en arriendo” y partimos con él. Sigue la
oscuridad absoluta. Hay que descender unos 30 metros para dejar estacionadas
las motos. Allí aparece una bella cabaña que nos recibe como primera noche.
Desempacamos todos nuestros recurrentes cachureos y las amarras caen al suelo
como pidiendo descanso, tanto como nosotros. Ya llueve y el arrendador, además
de ser muy gentil, se incorpora a una menuda conversación en torno a nuestra
llegada, no dando espacio a que siquiera nos quitemos las botas. Estamos dentro
de la cabaña y la verdad que lo único que quiero es estar un rato tranquilo
para sacarme la armadura, ducharme y buscar alguna cena en un lugar cercano. Ya
son cerca de las 22.30 y mi estómago reclama alimento.
A los minutos,
Montescu sale de la cabaña donde están estacionadas las motos y su exclamación
no es la mejor: Margot, presa del barro en que quedaron estacionadas se ha ido
de bruces a un costado. Resultado: Se ha quebrado la abrazadera que cubre la
piña de los comandos. Llueve a granel y no tenemos cómo solucionarlo en medio
de la oscuridad. Las exclamaciones en buen chileno sobre la mala suerte no se
dejan esperar y mi estómago que reclama comida generan un bolo de desesperanza
que a esa hora de la noche no tiene mucha solución. En definitiva, recurrimos, como
buen tercer mundo, a las amarras plásticas, que sujetan el comando y que serán
la solución definitiva por todo el viaje para dejar inmovilizado el comando.
No he visto
nada de Chiloé. Ya me corre el agua por todos lados. Tengo hambre. mi moto está
parchada y quiero pescado. Nos lleva, gentilmente el arrendador a un local,
donde un par de amigos cantan a la noche de Ancud, algunos reconocidos temas
entre copa y copa. Nuestro arrendador resulta ser un conocido músico de la zona
y se luce en la guitarra. Me llevan una merluza que me queda en una muela y una
papitas chilotas más chicas que mis sueños de niño. Las panzadas marinas
tendrán que esperar. Siento la música en medio del cansancio. Termino cantando
Elvis Presley en un improvisado escenario. Lucho reclama por la escasa comida. “The
wonder of you”, me recuerda a casa, y que estamos tan lejos y que otro viaje ha
comenzado. Recién hemos levantado velas. Mañana será muy largo. Llueve en la Isla. Odio el mal informe del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario