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martes, 12 de abril de 2016

Entre el Mármol y El hielo

CAPÍTULO VI
Entre el mármol y el hielo.
Puerto Tranquilo.
18 de Febrero de 2016.

No puedo. El agua está más fría que la remierda. Agarro un par de palmas llenas de agua y me lavo la cara. Alcanza para las axilas y otra parte púdica, pero si sigo, mis amígdalas se inflaran como un globo y el viaje se transformará en el carnaval del moco y la fiebre como fue hace un par de años, te acuerdas, Montescu?. Cuando manejabas con temperatura y ya no te escuchaba por el intercomunicador por esa congestión de siempre?. No. Me conozco. El lavado llega hasta acá no más. Por si acaso, vuelvo a tirar otras manos llenas de agua a la cara y una yapa a las axilas. Montescu se levanta y hace el mismo precario ejercicio. El objetivo de este día está más o menos claro. Nos quedaremos un día completo acá, visitaremos todos los atractivos turísticos y partiremos por cambiarnos de lugar de alojamiento.
Lo primero es lo primero. Vamos a ir a las Catedrales de mármol, aprovechando que es muy temprano.
El Amanecer en Puerto Tranquilo

Dejamos las motos cargadas en el pesebre que nos ha alojado y partimos a buscar un servicio turístico que nos lleve por el Lago General Carrera a estos monumentos naturales. El servicio turístico no es otra cosa que un bote con un guía- muy bien documentado y preparado- que apenas la lancha llena su capacidad con pasajeros- se interna por largos 45 minutos en las profundidades del Carrera para ir hacia el sur y arribar a las cavernas y posteriormente a las Catedrales de Mármol. Así, nos volvemos a subir a botes y en medio de un frío que nos hace cubrirnos hasta la cara, emprendemos viaje, cargados con todas las cámaras y lentes posibles.
Por primera vez en muchos días La Patagonia feliz nos da una tregua y tenemos un día feroz de sol, el que vamos a aprovechar a concho. No veo nubes en el cielo y ya les saco la lengua, con el miedo que este cielo se encapriche y nos vuelva a mojar como casi siempre.
El viaje en bote es una maravilla. Vamos 6 pasajeros más el guía, cuidadosa y estratégicamente sentados. El transporte lacustre empina la proa y nos salta suficiente agua como para quedar mojados. Lo cierto que el Carrera es un espejo de un gran océano, una monumentalidad con la que cualquier palabra se queda estrecha. El guía explica sobre las formaciones rocosas y los millones de años que están prontos a salir a nuestra vista. Hasta que llegamos a las “cavernas de mármol” que la verdad dejan mudo. Parezco vaquero del lejano oeste sacando cámara de fotos y de video para tratar, aunque sea poco, recoger estas formaciones de mármol que retratan lo pequeño y diminutos que somos, los miles de tiritones que se ha sacudido la pacha mama, los millones de ojos que aplaudieron estas maravillas que justo- para nuestra fortuna- están en el lado chileno del lago.
















   
Para los claustrofóbicos, el ingresar a las cavernas y las cuevas de mármol puro, cuando no puedes levantar la cabeza so pena de reventártela con el techo -también de mármol- puede ser un desafío interesante. El bote o lancha- como ustedes quieran llamarlo- alcanza a detenerse, a sostenerse en estas turquezas aguas, como suspendido, como si tocara al hombro a la belleza y le pidiera permiso para que estos intrusos alcancen a dimensionar los siglos y millones de respiros que la humanidad vio pasar en estas formaciones que efectivamente hacen persignarse hasta a los más agnósticos. Nunca tuve al alcance de mis inquietas manos, tanto mármol repartido e interminable.
Salimos de las cavernas, y con un mismo relato, vamos a la Catedral de mármol y a la Capilla. Muchos botes circundan la Catedral, como un conjunto de tiburones circunda la amada presa. Las cámaras se hacen pocas y cada cual saca su mejor réflex, bridge o mirroless para dejar testimonio de que se estuvo ahí. Me falta tiempo. Me falta un micrófono para relatar con verdadera decencia en la cámara lo que estoy viendo. Tal vez es mejor callar. Todo es tan hermoso que parece ambientado artificialmente, en esa sensación estúpida que sólo las películas de Hollywood nos pueden mostrar la belleza.
Volvemos en este bote y tengo la sensación junto a Lucho- que no se cansa de repetir “La Cagó”- que el viaje al sur del mundo está más o menos pagado. Pensar que las dos veces que en nuestras motocicletas anteriormente recorrimos la Austral, nunca nos detuvimos en este lugar, tal vez, en ese loco afán de abarcar todo lo posible en pocos días de permiso laboral, familiar o qué sé yo, de tan rápido que queremos vivir la vida.      
Otra vez pisamos tierra firme, agradecido de este privilegio que debiera ser un derecho para todo Chile. 8 mil pesos por persona nos costó este encuentro cercano con la hermosura y la tranquilidad de saber que no hemos evolucionado mucho desde aquellas formaciones milagrosas en medio del Carrera, pero mientras mis reflexiones cunden por la cabeza, Lucho otra vez me despierta y me señala que debemos ir a buscar las motos y buscar un nuevo lugar para alojar. El pesebre nos terminará matando de frío y quiero bañarme con unas ganas soberanas de inundar mi pliegues más púdicos de agüita caliente con un poco de jabón. En ese estadio de cosas, corremos al pesebre que está arriba de una loma, literalmente y nos encontramos con el dueño de éste, quien amablemente nos conmina a que abandonemos la “cabaña” y busquemos otro refugio porque “su cabaña” no tendrá baño en los días sucesivos, a pesar de sus promesas de la noche anterior de que aparecería una ducha. Yo siempre creí en el viejo Pascuero.
Agradecido de este pastor y su pesebre, bajamos al pueblo a buscar nuevo alojamiento, pero ya son las 11 de la mañana y está todo copado y veo el desfile de mochileros, que como un gran ejército de hormigas repletan todo lo repletable. Con esa pizca de suerte que nos ha traído un día completamente despejado, con un sol maravilloso que como nunca antes podíamos haber visto en la Patagonia, en una casa de esquina, una señora dispone de una pieza con dos camas. (Ya nos habían ofrecido una pieza con una cama matrimonial, pero el “amor” por mi amigo Montescu, no da para tanto), así que felices desembarcamos, sin antes preguntar si había ducha caliente, frente a lo cual, la afirmativa nos saca una sonrisa. La pieza es normal, pero el baño es un potrero, todo en medio de una familia que arrienda sus piezas para solventar el invierno que acá debe ser tan duro como una espada afilada que se lleva a los débiles. Así sorteamos juguetes de un nieto y un millonésimo recuento de “Sábados Gigantes” que la familia está viendo en potente LCD en el living.
Margot sangra por la telescópica izquierda. Ya no es un poco. Es como una herida abierta por la cual mi caballo va pidiendo que nos detengamos, pero no le voy a hacer caso. Este tanque alemán debe aguantar, es de la vieja escuela y charlamos con Lucho que, pasando a Argentina, lo repararemos. Debe haber un retén en algún pueblo al otro lado de la cordillera. Sin perjuicio de lo anterior, comemos algo poco, que no dejan de ser unos galletones de avena que adquirimos en la Copec del pueblo y nos largamos a buscar el “Glaciar Exploradores” 54 kilómetros al interior de Puerto Tranquilo. Son cerca de las 13.00 horas y avanzamos por un camino de ripio en regulares condiciones que se interna hasta llegar a la entrada del Parque Nacional Laguna San Rafael, en medio del típico paisaje austral, estrecho, con nalcas a las orillas, cascadas de agua y un camino que pareciera lleva a un premio final. Margot sigue sangrando, pero he endurecido la suspensión del telelever para que haga casi todo el trabajo y así calmar un poco su dolor.



Después de una hora llegamos a un recinto que en principio- es administrado por la CONAF, mientras que más adelante hay un sitio privado donde está la entrada al mirador del “Glaciar exploradores”. En un amplio estacionamiento dejamos las motos, junto a otras “KTM” extranjeras.
Cruzando el camino- o lo que se espera de él- hay una recepción y la lista de precios que nos empiezan a hacer sangrar los ojos y tiritar la bencina de 93 octanos que ponemos a las motos.  $60.000 la caminata de 4 horas a las cuevas y al glaciar mismo. A ella hay que llegar tipo 07.00 de la mañana junto a un guía. El otro servicio a ofrecer no es más ni menos que acampar en las cuevas mismas del glaciar por 150 luquitas- dos días y una noche, con guía. Lo más barato son $4.000 por persona para hacer un trekking de una media hora o cuarenta minutos hasta la cima del mirador, pasando por entre el bosque. Conversamos breves palabras con el encargado y pagamos las 4 luquitas, dejando el casco, las chaquetas y bolsos de estanque en esta recepción. Subo sólo con mochila, los lentes y las cámaras respectivas y comienza la caminata. Vamos atravesando un bosque espléndido y paulatinamente vamos subiendo entre vegetación espesa que cada vez va desapareciendo para darle paso a filudas rocas que nos están preguntando a cada rato qué crestas estamos haciendo ahí, con botas de motociclismo y los pantalones respcetivos que a cada paso me van recordando con una gota de sudor que corre por todo mi cuerpo que las motos son una cosa y el trekking es otra. Los años no pasan en vano y si hace 10 años subía volcanes de la zona central junto a un grupo de amigos, hoy día me parece que estamos lejos de esas gloriosas jornadas. Me canso y llego como un caballo “de feria a la cima” donde hay otra familia fotografiando y tomando aire. Un aire que en la cumbre es tan distinto. Un aire que te hace amar este país con todos sus ripios y malos hábitos. Un aire que te pega en la cara y baja por tu espalda sudorosa y se hace un hielo. Y dan ganas de abrigarte, sin embargo, se me pasa todo cuando veo el monumento natural que hay enfrente. Estamos frente al “Glaciar Exploradores” que por nuestro mal comportamiento como humanidad, ha ido retrocediendo de manera vertiginosa. Se percibe un barrial cerca nuestro, pero más adentro, la inmensidad es total. Ahí está, el brazo de campo de hielo norte, el glaciar que retrocede, pero que me dio la oportunidad de conocerlo.




Hay una familia que descansa y pronto se despide de nosotros para emprender el retorno. Nos quedamos unos minutos a descansar y a tratar de hacer mejores fotos, cuando divisamos que viene subiendo (nótese que la subida no es poca), una pareja de ancianos que marchan hacia la cumbre. Sin embargo, ella, entre rocas trata de pisar y afirmar su muleta. Ahí me da vergüenza. Me siento un pedazo de animal viejo y flojo. La mujer, de unos 70 años, viene haciendo cumbre apoyada en su muleta y en el hombro de su marido. Ella se niega a recibir más ayuda que el aliento y la pausa de su marido que la espera y larga una sonrisa como diciendo- lo lograste-.
Al volver a respirar en la cumbre, le pregunto, “Where are you from”???. Ella, en medio de su último aliento me dice: “England, I’m British”. Allí entendemos todo y con un pedazo de orgullo herido y una sonrisa, bajamos raudos por en medio de las rocas y un bosque fascinante.

Recogemos nuestros atuendos y partimos de vuelta a Puerto Tranquilo. Disfruto cada kilómetro como si fuera el último. El camino de vuelta se me hace más espectacular que de ida. Las nalcas me abrazan en medio de un sol que quiere esconderse, pero que sigue ahí, como el regalo que no hemos tenido en todo este viaje. Estoy agradecido. Sé del privilegio que tengo de estar acá. Que algún día vendré con mis hijos. Que nadie, absolutamente nadie de mis generaciones familiares posó un pie en estas latitudes que son nuestra tierra y eso me hace sonreír, pero también reflexionar sobre vivir en un país con algunos privilegiados y con una mayoría que nunca va a conocer estos rincones donde la tranquilidad de parar y respirar y llenar tus pulmones de un aire original en medio de los pájaros y los pasos del infinito, no tiene precio.

Arribamos a el nuevo refugio donde nos atiende la dueña de casa a quien no le sacamos un sonrisa ni con una patrulla de “tonys”, pero es su modo y se le respeta. Llega la respectiva ducha a eso de las 18.00 horas y salimos con vampiresca actitud a devorar lo que esté al alcance de nuestras bocas.
En Puerto Tranquilo y en su avenida hay dos o tres restaurantes, con el calificativo de tal. Uno es bastante caro, el que está en el único hotel del lugar. Nosotros vamos al del medio que no recuerdo su nombre. Vamos a comer y a almorzar por primera vez de manera potente como para no dejar ninguna tripa suelta que nos reclame ni aquí ni mañana que no matamos “el león” de manera concreta. Pues bien, al entrar hay un aroma a fritanga agradable y carne que me levanta los sesos. No quiero nada de pan ni chocolate caliente. El restaurante está lleno y al medio hay una mesa extendida con unos 20 muchachos de algo más de 20 años gobernados por un vejete de unos 70, que tiene acento argentino. Pese a mis dislocadas cavilaciones en torno a la carne, pido pescado frito con ensalada y no me equivoco. Lucho pide salmón. Sigo observando atentamente la mesa del centro y a los comensales no les reconozco el acento. Lo que pasa es que en la Patagonia hay tanto gringo, tanto europeo que uno se va familiarizando con los acentos. Sin duda que los alemanes se reconocen de lejos, lo mismo que los franceses que pululan en bicicleta por la Ruta 7 con sus bultitos diminutos para 45 días, o los italianos con sus ajustados trajes para el mismo ejercicio bicicletero (lamentablemente se han visto pocas italianas); pero a estos muchachos medio rubios no les logro detectar la lengua.
De repente, en esos ejercicios fílmicos y literarios detecto ciertas palabras: Judíos. Los comensales, en una veintena, que repletan la mesa son judíos y toda la leyenda de que la Patagonia está repleta de ellos se hace realidad. Mi pescado lo saboreo, pero no dejo de mirar, en mi provinciano cabalgante, a los muchachos del frente. Piden un sinnúmero de platos- que a todo esto tienen muy buena preparación- y el mozo enloquece de un lado a otro. Luego de dar dura batalla con nuestros platos pedimos un café al mismo tiempo que la gran mesa del medio y sucede lo curioso y que debes ver con tus propios ojos: La cuenta es objetada punto por punto por el grupo infinito, ítem por ítem, haciendo voz líder el vejete argentino que es bilingüe y va traduciendo simultáneamente. “Que este plato llevaba pocas papas fritas” “Que no era pollo con arroz, sino con puré”. Cuentan monedas de cien y diez pesos para pagar. Sale el dueño que a ciencia cierta parece ser un chef gourmet que se ha radicado en esta punta del territorio cumpliendo un sueño, le sacan literalmente los “choros del canasto” y con sus colores rojos en la cara dice: “Basta, Basta, paguen $10.000 pesos menos, pero váyanse”. Estamos pálidos. Sin habla. El mozo se nos acerca- que ya es un veterano junto al menú- y nos dice: “Siempre hacen lo mismo”. Se van, con diez lucas menos pagadas en la cuenta. El dueño nos mira y mueve la cabeza. Dice “última vez”, “esta sí que es la última”.



Salimos impactados, y vemos como el lote de muchachos en edad universitaria abordan un mini bus con patente argentina. Nosotros seguimos. Vamos a bajar la panzada a la playa. Caminamos por la orilla de este lago fenomenal en medio de un viento que se levanta y me parte la cara. Llevo mi gorrito de años. Recorremos esta especie de costanera con la certeza que por fin La Patagonia nos ha abrazado. Nos dio un día de sol radiante y Puerto Tranquilo nos va despidiendo con el ocaso de ese mismo sol que se recuesta en este mar que no es mar, sino el segundo lago más grande de Suramérica. Pronto las luces de este pueblo se apagarán. Un par de mochileros juega fútbol en lo que es la Ruta 7 y la avenida principal frente a los domos turísticos. Caminamos. Se acaba la luz. Vuelvo a las prácticas patagónicas y me tomo un chocolate caliente en la Copec. Llegamos al alojamiento. Me vuelvo a duchar por si acaso.  Uno nunca sabe si en el más tranquilo de los puertos, volverá a haber una ducha caliente. El cuerpo va agradeciendo tanto cariño en un día de paseos. Montescu ronca. Mañana vamos hacia La Argentina. Nunca sabré lo que nos espera.                                                  

2 comentarios:

  1. Buenísimo! :D
    Al leer y ver el video, más me dan ganas de visitar estos lugares

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  2. Hay que visitarlos, fotografiarlos y grabarlos. Debiera ser un derecho humano para todo chileno.

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